Los Pesares del Dólar

Aparecieron, el mes pasado, en los portales que mantienen las principales organizaciones internacionales especializadas en cuestiones macroeconómicas -Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial y OECD-, extensos documentos que proporcionan un resumen bastante útil de la economía mundial, discuten los principales problemas de política, y, finalmente, formulan un pronóstico para el año 2005. En estos momentos, resulta particularmente útil reflexionar sobre los principales sucesos ocurridos durante el año que está por terminar, ya que parecen haberse iniciado procesos fundamentales para el futuro de todo el planeta. Aunque, por obvias razones, resulta imposible tratar con el detalle requerido la totalidad del contenido de estos informes, se analizarán a continuación aquellos aspectos más relevantes para poder comprender claramente las extrañas determinaciones que actualmente parecen regir la dinámica del mundo en general, y de nuestro país, el Perú, en particular.

La Economía Mundial

(Tasa de crecimiento del PBI)


2002

2003

2004

2005

Producción mundial

3,0

3,9

5,0

4,3

Estados Unidos

1,9

3,0

4,3

3,5

Europa

0,8

0,5

2,2

2,2

China

8,3

9,1

9,0

7,5

América Latina

-0,1

1,8

4,6

3,6

África

3,5

4,3

4,5

5,4

Fuente: World Economic Outlook 2005, Fondo Monetario Internacional


¿Qué tipo de impresión puede causar en la conciencia de ustedes, amables lectores, un documento de esta naturaleza, especialmente en estos tiempos, donde tantas efímeras impresiones llegan a nuestras mentes? Ante todo, resaltan las excepcionales condiciones económicas que han prevalecido durante el año que termina. Efectivamente, según el documento publicado por el Fondo Monetario Internacional denominado “The World Economic Outlook 2005”, la tasa de crecimiento del PBI Mundial será de cinco puntos porcentuales en el año 2004: sorprendente resultado, pues hay que retroceder treinta años para encontrar un guarismo semejante.

Aunque este hecho establece, sin lugar a dudas, el proceso de recuperación de la economía mundial como inobjetable fenómeno, éste debe, por varias razones, interpretarse con la reserva más extrema. No es posible, en esta ocasión, detectar las condiciones sicológicas normalmente asociadas con un “boom” en materia económica, y que, como sabemos, resultan esenciales para impulsar la inversión y la marcha del empleo. Por el contrario, el ánimo más íntimo de los distintos participantes del mercado parece ver con poco disimulada reserva la nueva coyuntura económica. ¿No resulta acaso familiar esta actitud, similar a la sospecha con que muchos peruanos contemplan los logros económicos de nuestro gobierno?

Varias razones pueden explicar esta cautela que proviene de las capas más profundas del espíritu de la época. En primer lugar, fenómenos tales como la subida en el precio del petróleo, la aparición de impresionantes desequilibrios en las cuentas externas de los Estados Unidos, la devaluación del dólar, la crisis de los sistemas multilaterales de consulta política y comercial, y la poco sostenible política fiscal practicada por las principales naciones del mundo industrializado parecen revelar la naturaleza transitoria del fenómeno, por lo cual resulta creíble anticipar una rápida reversión de estas tendencias. En segundo lugar, el proceso de recuperación permanece aún bastante concentrado en solo dos economías: Estados Unidos, y China, que juntas explicarán la mitad del crecimiento económico de este año. Si los consumidores americanos y los productores chinos debilitan sus energías simultáneamente, el mundo podría caer nuevamente en recesión. En particular, causa extrema preocupación el escaso dinamismo de Europa, que crecerá solo 2,2 por ciento, pues a ella le ha tocado, como veremos, absorber los nocivos efectos de las nuevas relaciones entre China y Estados Unidos. En todo caso, parece claro que la solidez de la recuperación depende crucialmente de la forma cómo se solucionen dos fenómenos: la forma cómo el mundo encontrará un valor adecuado para la moneda americana, ya que el actual parece insostenible, pues provoca un enorme desequilibrio en las cuentas externas de EE.UU., y el impacto del incremento en el precio del petróleo sobre el aparato productivo de las principales economías industriales del mundo.

2

Desde hace algunos meses, altos oficiales de política económica, participantes en los mercados internacionales de capitales, especialistas en coyuntura internacional y economistas en general son atormentados por las mismas interrogantes: ¿en qué porcentaje debe reducirse el valor del dólar para reestablecer un equilibrio mínimo en el sistema financiero internacional, y cuáles podrían ser las consecuencias de este ajuste? ¿Podrá continuar funcionando, después de consumado este proceso, el dólar como única moneda de aceptación mundial, o tendrá que compartir este papel con el euro? ¿Podrán los Estados Unidos continuar comprando al resto del mundo más de lo que venden, o, eventualmente, en un futuro próximo, se verán forzados, como lo hizo América Latina en los años ochenta, ajustar sus desequilibrios? Preguntas, sin duda, relevantes, pues, en los próximos años podría modificarse de una manera sustantiva el sistema monetario internacional.

El año pasado, un grupo de economistas estadounidenses, con el fin de esclarecer estos entresijos, planteó un nuevo esquema analítico que podemos denominar, usando el título del ensayo que resume sus principales resultados, como “El Nuevo Sistema de Breton-Woods”. Según el mismo, es posible entender al mundo ignorando a los actores secundarios y concentrándonos en los protagonistas: EE.UU., China y Europa. Los últimos dos bloques mantienen regímenes cambiarios opuestos entre sí: mientras que China, debido sus intereses comerciales, mantiene una paridad fija con el dólar, que tiende a subvaluar su moneda, Europa está regida por un sistema de paridad libre, determinado fundamentalmente por la libre interacción entre la oferta y la demanda.

Resulta imprescindible dentro de este nuevo sistema comprender la dinámica de las vinculaciones comerciales y financieras entre China Continental y los Estados Unidos. China vende bienes a los consumidores estadounidenses y recibe dólares a cambio, que, a su vez, utiliza para comprar bonos emitidos por el Tesoro Americano. Como consecuencia, el precio de los mismos aumenta, se reducen las tasas de interés y, por tanto, se impulsan el consumo y la inversión en EE.UU... La expansión de la demanda produce, esta vez en China, un incremento en las tasas de acumulación, y, por ende, una nueva expansión de la producción industrial en este país, de modo que se alimenta nuevamente el circuito.

El problema, sin embargo, está en el desbalance que parece caracterizar al nuevo panorama. Simples estadísticas lo demuestran, y la mera contemplación de los gráficos adjuntos a continuación provoca hoy en el mundo una enorme consternación. Esta demuestra que el crecimiento del consumo en Estados Unidos ha tenido lugar a costa del ahorro y de la deuda de los consumidores estadounidenses, quienes, a pesar de la caída que experimentan sus ingresos, insisten en mantener el nivel de vida al cual están acostumbrados.

No resulta sorprendente que, en este contexto, Estados Unidos tenga que recurrir al resto del mundo para financiar los 2.600 millones de dólares que necesita diariamente para cubrir su desbalance financiero. ¡Qué licencias permite una reputación bien ganada! La experiencia de América Latina en la década de los ochenta ilustra que a no todos los países se les permite un comportamiento semejante. Cuando, con denotado empeño y gran esfuerzo, un alto funcionario estadounidense, intentó entender las misteriosas determinaciones que parecen regir los flujos financieros, vino a su mente una palabra: espantoso, de mal agüero. Pero, ¿cuáles fueron las razones precisas que sugirieron tanto dramatismo? Quizás sus propias palabras ayuden a explicarlo:

“Los Estados Unidos actualmente están pidiendo prestados 540 miles de millones anuales al resto del mundo para pagar el déficit agregado que financia el consumo de bienes y servicios de los americanos y las transferencias de EE.UU. Al exterior. Este déficit en cuenta corriente se paga a través de préstamos directos y de ventas netas de activos americanos a empresas o personas extranjeras: desde bonos y acciones hasta corporaciones y propiedades. Los Estados Unidos importan diariamente al rededor de 4 miles millones de capital extranjero, empleados para cubrir el déficit en cuenta corriente y para financiar sus inversiones en el extranjero. Este déficit, durante el primer trimestre de 2004, alcanzó el 5,4% del PBI, cifra sustancialmente mayor que su récord previo de 3,5% del PBI, alcanzado en 1987, cuando el dólar perdió un tercio de su valor y la bolsa de valores se desplomó el “Lunes Negro”.”

Aunque el monumental desequilibrio no tiene precedente histórico, no existe tampoco nada en el futuro inmediato que indique una reversión suave hacia una situación más normal. En cambio, varias razones conducen a pensar que la situación puede, incluso, empeorar: la guerra en Irak y los costos de la ocupación, el incremento en el costo del petróleo, el enfriamiento de la economía mundial, el incremento en las tasas de interés internacional, y, finalmente, el desmedido crecimiento del consumo y de las importaciones. Ante este panorama que sugiere las más inquietantes posibilidades, ¿cabe anticipar algo con un grado razonable de certidumbre, o es acaso la oportunidad para imaginar los más asombrosos desarrollos?

Para corregir el desequilibrio, se requeriría un descenso de 54% en el valor del dólar, pero la gran incógnita es si el actual arreglo financiero internacional podría resistir una caída de tal magnitud en el valor de la moneda americana. Adicionalmente está el problema suscitado por el régimen cambiario elegido por China, que recarga todo el peso del ajuste internacional en la moneda europea.

La caída, en efecto, como lo demuestran las cifras representadas en el gráfico, ya ha empezado, y, durante las últimas semanas del año, ha sido la noticia central en los mercados financieros. Por ejemplo, en el mes de noviembre, un misterioso informe aparecido en la prensa de Pekín provocó una conmoción en los mercados mundiales de divisas. Se expandió un rumor que insinuaba que el Banco Central chino, junto con otros importantes bancos de Asia y de los países musulmanes, había comenzado a reducir sus tenencias de dólares para cambiarlos por euros. Aunque el gobierno chino negó con insistencia dicha noticia, nadie quedó muy convencido de esta rápida negativa, y, gradualmente, parece haberse impuesto la opinión que varios bancos centrales en el mundo han iniciado un cambio en sus portafolios.

En realidad, desde hace ya varios meses, aparecen en el Internet varias noticias que parecen confirmar que hay en proceso un movimiento en el que participan varios países orientados hacia esta dirección. Por ejemplo, el Banco Central ruso ha expresado en numerosas ocasiones su preocupación por el valor del dólar, y, Vladimir Putin, presidente de la Federación Rusa, hace algunos meses, cuando recibía la visita del canciller alemán, declaró que Rusia apoyaba con entusiasmo la propuesta para cotizar el precio del petróleo en euros y no en dólares. ¿Recuerdan ustedes que una de las teorías que intentaron explicar la motivación americana para invadir Irak fue impedir que la OPEP acogiera una propuesta similar formulada por Saddam Hussein? Similar preocupación ha sido manifestada por el Banco Central de la India, la nueva estrella asiática, y el Banco Central de Indonesia. Además, el gobierno chino no parece muy dispuesto a seguir acumulando reservas internacionales, ya que la inflación internacional le reporta considerables pérdidas financieras. Para China es preferible, dados sus intereses estratégicos, transformar los papeles americanos en activos más seguros, y, de hecho, el gobierno de Pekín parece empeñado en el logro de este objetivo. Hace un mes, en la reunión de APEC, el ministro chino anunció que su país estaba dispuesto a invertir en Argentina y el Brasil una suma considerable de dinero para asegurar una fuente más o menos segura de alimentos que, como la soya, son esenciales para la seguridad alimentaria de su país. También se conoce que se ha iniciado la construcción de depósitos para almacenar una reserva estratégica de petróleo.

Sin embargo, la cuestión no es tan simple y clara como parece a primera vista. Presupone con demasiada facilidad que Washington está dispuesto a ceder el dominio del sistema financiero sin reacción alguna, y este supuesto es bastante cuestionable. ¿No han notado que las grandes figuras del mundo internacional usan en sus declaraciones públicas un críptico lenguaje que, como saben bien los conocedores de historia, fue inventado por los cultivados césares romanos para decir aquello que en realidad no se puede decir? Un oficial de la tesorería americana, cada vez que el valor del dólar se reduce, publica con puntualidad un comunicado donde, con vehemencia, indica que la administración Bush practica una política cambiaria que busca “la fortaleza” de la moneda americana. ¿Qué contenido realmente comunican estas declaraciones que, a primera vista, pueden resultar tan absurdas? Quizás un escondido mensaje que es necesario interpretar alegóricamente.

Una probable interpretación fue dada hace poco en un artículo aparecido en la red mundial de computadoras. El razonamiento comienza indicando que, cuando un buen jugador tiene ante sí un oponente en principio tan fuerte como él, no diseña una estrategia basada en una avasalladora demostración de fuerza, especialmente cuando no está seguro de vencer en el intento. La conducta de los espíritus prudentes indica que, en estas circunstancias, es más sabio aprovechar las fuerzas del oponente para así obtener la victoria. Pues bien, según el referido ensayo, esta es precisamente la base del juego estratégico practicado por Washington: otorgar al Banco Central europeo el premio que tanto anhela, pero de un modo tal que produzca el colapso del sistema monetario europeo. La mejor forma de deshacerse de un enemigo, en especial cuando intuimos que en realidad no está en condiciones de ejercer el imperio, es ceder por un breve momento la autoridad para que demuestre ante todo el mundo su evidente ineptitud, y así sucumba en el intento. Otorgar con fuerza y rápidamente para abrumar, ya que, después de todo, importa poco que el dólar experimente una pérdida transitoria, pues Europa no podría, en las actuales circunstancias, resistir el costo económico de un movimiento rápido, violento y sin control, de todo el mundo hacia su moneda.

Probablemente, la solución al problema pase por un acuerdo mediado por el Fondo Monetario Internacional que coordine los ajustes monetarios requeridos para preservar un mínimo balance en el circuito financiero internacional. De hecho, esta institución fue creada después de la Segunda Guerra Mundial para como un medio para solucionar este tipo de conflictos, y así impedir que se reproduzca nuevamente la guerra financiera y comercial que produjo la debacle de los años treinta.

3

El principal acontecimiento en los mercados energéticos mundiales ha sido el incremento sostenido en el precio del petróleo hacia un nivel sin precedentes en la historia mundial, además de la extrema volatilidad exhibida por el mismo. Esta ha sido de tal magnitud, que las instituciones monetarias internacionales tomaron la sabia decisión, cuando publicaron sus pronósticos para el año 2005, de abstenerse de indicar un valor para tan preciada mercancía. En efecto, durante los primeros ocho meses de 2004, la cotización del petróleo superó la alcanzada durante la invasión de Irak a Kuwait en 1990, a pesar de la decisión de la OPEP de incrementar en 2.5 millones de barriles de petróleo su producción. Problemas y tensiones en las principales naciones exportadoras como Irán, Nigeria, Rusia y Venezuela llevaros los precios hacia niveles superiores a los 50 dólares. En los mercados donde se transan a futuro los envíos de petróleo, el precio permanece alto, y se generaliza la opinión de que la coyuntura que caracterizó a los últimos años del siglo pasado ha terminado, y que, por esta razón, se inicia un nuevo período de precios altos para la energía.

En un inicio, se pensó que el incremento era solo transitorio, y que era atribuible a las operaciones militares ejecutadas por el gobierno americano en el medio oriente. Sin embargo, una reflexión más cuidadosa nos demuestra que poderosas fuerzas que operan tanto por el lado de la demanda como por el de la oferta, casi aseguran la consolidación de estos precios. La emergencia de China y de la India como potencias económicas mundiales, su rápida industrialización, y, sobre todo, el aumento en el nivel de vida de su población, incrementan el ritmo de crecimiento de la demanda. Por ejemplo, solo en China, durante el último año, los consumidores sustituyeron sus bicicletas -que, obviamente, no consumen petróleo- por modernos vehículos automotores. Además, el prodigioso incremento en la producción industrial china, dada la poca eficiencia energética de su aparato productivo, implicará un incremento en la demanda de petróleo. De hecho, en pocos años, este país se convertirá en el principal consumidor de este combustible. Por el lado de la oferta, la situación tampoco resulta particularmente esperanzadora. Muchos yacimientos de petróleo han alcanzado su punto máximo de producción, y esta, en el futuro, experimentará un descenso. No se conocen, debido a la ausencia de inversión en exploración durante la década de los noventa, nuevos yacimientos que puedan sustituirlos. En efecto, se esperaba encontrar estas reservas en los países de Asia central, pero la magnitud encontrada de petróleo parece indicar que la producción potencial no será suficiente para cubrir las mermas en la oferta que provoca el agotamiento de los antiguos yacimientos. De hecho, parece que la solución de largo plazo es el reemplazo de esta fuente de energía por otras alternativas como el hidrógeno, la bioenergía, la energía nuclear y la radiación solar. Sin embargo, todavía no se ha logrado diseñar tecnologías comercialmente viables que hagan factible la solución de este problema.

El incremento en el precio del petróleo, sin embargo, no generará el mismo efecto que tuvo en la década de los setenta sobre las economías de Estados Unidos y Europa, ya que en los últimos treinta años se han registrado importantes modificaciones en los aparatos productivos de ambos bloques. En efecto, estas han dejado de ser economías industriales y se han convertido en post industriales; es decir, dependientes de un núcleo dinámico basado en la alta tecnología, que no es particularmente intensivo en el uso de energía. En los últimos años, las industrias más dinámicas de los Estados Unidos se han ubicado en el sector servicios (bancos, entretenimiento, servicios comerciales, software, diseño, programación, entre otros), y la vieja industria pesada ha sido reestructurada y trasladada a Asia. De ahí que la intensidad energética de la producción de estos países (la cantidad de petróleo requerida por unidad de PBI) haya disminuido. Este hecho amortigua considerablemente el impacto económico del incremento en el precio del petróleo. Quizás por ello el informe del Fondo Monetario Internacional anticipa una reducción en la tasa de crecimiento mundial del próximo año, de 5% en 2004 a 4,3%.

Para concluir, no podemos dejar de resaltar que en este año que termina han comenzado a manifestarse con claridad quiénes serán los principales actores del siglo XXI, y cómo el núcleo dinámico del mundo ha comenzado a trasladarse desde el Atlántico hacia el Pacífico. Hace diez años, un filósofo y diplomático de Singapur advertía en una nota breve la honda sensación de incertidumbre frente al futuro que le era posible percibir en las principales capitales del mundo occidental. Para el perceptivo pensador oriental, la seguridad del mundo occidental había comenzado a ceder, para ser sustituida por una amarga melancolía, una incertidumbre creciente, y un claro sentimiento de acoso. La idea que la crisis financiera del 97 fue el evento crucial que, en realidad, cerró el siglo XX podría imponerse en los años por venir. Con ella se inició la cadena de acontecimientos que preparó el ascenso de China a la categoría de primera potencia. Con ello, las bases para la recreación del papel que desempeñó este país antes de la expansión europea de hace trescientos años fueron, finalmente, restituidas. Pero esta es otra historia, que, aún inconclusa, resulta imposible de relatar.