El Laberinto del Minotauro

Di, quibus imperium est animarum, umbraeque silentes
et Chaos et Phlegenton , loca nocte tacentia late,
sit mihi fas audita loqui, sit numine vestro
pandere res alta terra et caligene mersas
[1]

Virgilo, Eneida, VI , 264-267

1

¡Qué lejanas pueden resultar hoy para los observadores de la coyuntura económica mundial ciertas declaraciones de Alan Greenspan, pronunciadas meses antes del segundo conflicto con Irak, para advertir al Mundo sobre los peligros de una inminente deflación! Aun más extrañas resultan las reacciones de las personas enteradas, los economistas reputados, las instituciones internacionales y la prensa en general, que por semanas discutió y concedió cierta plausibilidad a esta oportuna advertencia. Después de todo, era fácil comprobar cómo el fenómeno derrumbaba la otrora brillante economía japonesa para colocar a la segunda economía del mundo en una prolongada recesión. ¿No habían caído uno tras otro en rápida sucesión todos los castillos financieros ligados a la nueva economía de la información, y con ellos muchas fortunas y esperanzas sin sustento? ¿No imitaban, como siempre, los participantes de esta acalorada discusión, las costumbres aprendidas de los hombres maduros y prudentes que tienden a evitar todo riesgo innecesario, cuando en el fondo ya conocían que las cosas habían dejado de ser como antes porque quizás aún no existían en el ambiente y el comportamiento general signos suficientes para dar inicio a un nuevo comportamiento consistente con el cambio? Parecía imposible imaginar que, justo en esos momentos, el presidente del país mas poderoso de la Tierra, encerrado con sus asesores, ya planeaba la segunda invasión de Irak para solucionar el obvio problema estructural de la economía americana: el severo desempleo, las burbujas en los mercados de activos financieros –acciones, bonos e hipotecas-, la manipulación de los precios del petróleo, la sobre inversión en las industrias de alta tecnología, y el arriesgado juego financiero, ligados a la “irracional exuberancia” de la década de los noventa.

¿Quién, al prender la televisión los días previos al estallido de la guerra, fue capaz de encontrar algún propósito a lo que veía y escuchaba? Las imágenes de Bagdad transmitían una transparente sensación de irrealidad, como si un maestro fabricante de ilusiones hubiese lanzado una masiva campaña publicitaria para promocionar un nuevo juego que permitía la destrucción selectiva de ciudades sin afectar la vida de los habitantes y solo la de los enemigos. Confuso fue el desarrollo mismo del conflicto, expuesto con sesgos tan evidentes por las grandes cadenas de noticias, que permitía confirmar la sospecha, hasta ahora atribuida a los excéntricos creyentes en misteriosas y universales conspiraciones. Fue la opinión de muchos hombres sensatos, en esos curiosos días, que quizás, después de todo, los illuminati y otras oscuras hermandades secretas dominaban el flujo internacional de información. ¿Estarían, acaso, perdiendo el juicio, o habría que aceptar que, después de todo, los excéntricos tenían algo de razón? Y, finalmente, ¿no anunciaban las protestas en las principales capitales del planeta y la guerra verbal entre Europa y Estados Unidos, el epitafio sobre la tumba del siglo veinte y el inicio de nuevos tiempos, eventos por venir, impredecibles consecuencias, movimiento, desconcierto, confusión, y, en el fondo, la evidencia más profunda de que la historia aún no había terminado, a pesar de los rumores que, hasta entonces, continuaban circulando?

Y cuando todo hubo concluido con el resultado predecible, todavía hubo varios que se fueron a dormir, abrigando una esperanza vana de que todo podía retornar a la normalidad. Sin embargo, eventos subsecuentes les demostraron cuán equivocados estaban. Al principio, el rumor comenzó a aparecer en los principales servidores de noticias de Internet: algo extraño ocurría en China. Una misteriosa enfermedad, imposible de curar, provocaba la muerte repentina de las primeras victimas humanas. Contagiosa en extremo, amenazando en convertirse en una nueva universal y fatídica pandemia. ¿Quién no pudo, cuando menos, sentir un instintivo pavor al comprobar cómo los habitantes de las grandes urbes chinas comenzaban a realizar sus actividades diarias refugiados bajo mascaras, en vano intento de evitar el contagio ineludible? ¿Y no se hizo aún más intenso este temor cuando, en los días siguientes, imágenes semejantes se replicaron en las ciudades canadienses? Y cuando las cosas parecían haber retornado a la tan anhelada normalidad, nos enteramos de que las vacas y los pollos transmitían también peligrosas y aterradoras enfermedades con nombres aún ignotos, como la encefalopatía espongiforme bovina, y una curiosa mutación de la familia Orthomyxoviridae, que a falta de un buen nombre, fue denominada por los científicos como influenza aviana tipo A. ¡Y quien podría imaginar que la historia narrada en Terminator III pudiese replicarse en una pequeña villa italiana, donde, como lo indican las noticias aparecidas en varios diarios europeos, se ha presenciado la primera batalla entre los hombres y las maquinas! En efecto, en Canneto di Caronia, pequeño poblado de la isla mediterránea, desde mediados de enero, decenas de aparatos eléctricos, cuyos cables se encontraban desenchufados, y piezas de mobiliario arden espontáneamente sin explicación científica aparente. Aterrorizados italianos se han visto obligados a recurrir a la ayuda de exorcistas, que atribuyen dicho fenómeno a la posesión demoníaca de los aparatos electrodomésticos. Incluso los platillos voladores parecen haber abandonado la forma que les dio su nombre, para convertirse en huevos, cigarros, triángulos y extrañas criaturas ameboidales. Y, para terminar, los últimos reportes científicos anuncian una eminente catástrofe, debido a la influencia que las sociedades industriales poseen sobre la atmósfera: en los próximos cincuenta años, como lo demuestran las fotos de los satélites, se fundirán los polos cuando las grandes masas de hielo se conviertan en gigantescos iceberg ,y luego provoquen una elevación general del nivel del mar, la alteración de las corrientes submarinas en el Atlántico norte, el desplazamiento de tornados y huracanes, y la desertificación de las principales tierras agrícolas del planeta. Lo más dramático es que el cambio, hasta hace poco entendido como de lenta operación, parece haberse convertido en abrupto, y, quizás, irreversible. Un enigmático informe del Pentágono lo considera como la peor amenaza que debe enfrentar la humanidad desde las grandes inundaciones que se produjeron hace quince mil años, cuando terminó la era glacial, y que asocian comúnmente las leyendas como las historias del diluvio. En suma, tiempos revueltos, confusión, caos, anomia.

Extraña sensación, aplastante presentimiento: estar en el mismo centro de un gigantesco laberinto. Quizás se metieron en él sin saberlo siquiera: caminaban por la calle, y justo cuando torcían por la esquina para regresar a su casa, tomaron la dirección equivocada. ¿Quién puede sentirse a gusto en medio de la más absoluta confusión? ¿Quién puede moverse con soltura cuando la Razón abandona este mundo en que vivimos para ser sustituida por un multiforme no se qué? Es desconcertante detenerse para reconocer que quizás lo que vemos ahora es solo un anticipo, impreciso y brutal, de lo que veremos en el poco tiempo que nos ha sido concedido.

Es, sin embargo, difícil para el espíritu humano asimilar con tanta rapidez el cambio abrupto y repentino, sin propósito ni dirección, ya que, en el fondo, queremos evitar perdernos. Por esta razón, aunque ya reconocemos haber traspasado los imperceptibles linderos del laberinto donde vive el minotauro, nos negamos a admitirlo.

¿Cómo salir entonces, cuando finalmente reconocemos que no sabemos donde estamos? ¿Es que recién logramos detenernos para encontrar un nuevo patrón que nos oriente y sosiegue nuestro ánimo? Para ello, intentamos ordenar la confusión y encontrar, nuevamente, las huellas que nos permiten retornar al curso principal.

Pero, ¿qué criterio seguir para ordenar esta confusión, para eliminar el detalle innecesario y descubrir los puntos esenciales? ¿Cuáles son los fenómenos culturales, sociales y económicos que están empezando a afectar nuestras vidas y determinarán nuestro futuro? Actualmente, se pueden identificar tres puntos esenciales que sirven para entender la dinámica que seguirá la historia humana dentro de los próximos cien años. El primero de ellos es la tercera revolución industrial: la inclusión China y de la India, economías que se encuentran en tránsito de un sistema agrario a uno industrial, en la economía mundial está generando la reestructuración masiva del aparato productivo mundial, y alterando los flujos de comercio internacional. Un segundo fenómeno, íntimamente relacionado con el anterior, aunque en un nivel más abstracto, es el cambio en el proceso de circulación de los excedentes financieros globales, cuyo desempeño parece sugerir el fortalecimiento de un sistema parecido a Bretton Woods . Dada la complicación de la competencia implícita entre los dos principales centros de la cultura occidental –Estados Unidos y la Unión Europea-, y dados los conflictos que se han manifestado luego de la crisis asiática, que en vez de mitigarse se intensificarán en el tiempo, el mencionado proceso de circulación influirá de manera más o menos decisiva en la dinámica de corto plazo de los mercados. El tercero se refiere al fuerte impacto cultural de la red de comunicaciones mundiales establecida en la década de los noventa. Si bien los efectos comúnmente atribuidos a la consolidación de dicha red son la difusión de contenidos y noticias, y la facilitación del comercio a distancia por vías electrónicas, gradualmente se está comenzando a emplear como un elemento eficaz para coordinar acciones humanas colectivas en los diferentes lugares del mundo. Muestra de ello son las manifestaciones que tuvieron lugar durante el desarrollo de la guerra contra Irak. En este sentido, constituye un instrumento ideal para alterar el funcionamiento de los tradicionales métodos de control del flujo de información, basados en la monopolización de las vías de comunicación, pues permite el acceso fácil y rápido a los grupos excluidos del proceso.

2

Confusos y extraviados parecen los sentimientos más íntimos de los comentaristas occidentales cuando tienen que referirse a China. ¡Qué curiosa y multiforme colección! ¿Cómo encontrar una palabra para denotar el juvenil entusiasmo de los especuladores, la euforia de las grandes empresas que efectúan enormes proyectos de inversión en el mismo país de las maravillas, la fingida indiferencia de los informes producidos por las agencias financieras internacionales, y ese escondido horror de los analistas de inteligencia?

Los cambios económicos en Asia, particularmente los ocurridos en el este del continente, fueron unos de los acontecimientos más importantes ocurridos en el mundo en la segunda mitad del siglo veinte. Este proceso comenzó en Japón en los años cincuenta, y, durante mucho tiempo, se tomó a esta sociedad como el ejemplo que debían imitar los otros países, ya que se trataba del primer país no occidental que había logrado ejecutar con un proceso exitoso de modernización. Sin embargo, el proceso se extendió en la década de los ochenta a los cuatro “tigres asiáticos”: Hong-Kong, Taiwan, Corea del Sur y Singapur, y, posteriormente, a China continental, Malasia, Tailandia e Indonesia. Por esta razón, el interés por Japón disminuyó y aumentó en compensación el interés por Asia en general. En efecto, todos estos países han mantenido durante varias décadas tasas medias de crecimiento entre 8% y 10%. Conjuntamente, ha tenido lugar una expansión espectacular de comercio, en primer lugar, entre Asia y el resto del mundo, y, en segundo, al interior mismo de Asia. En la actualidad, la segunda y la tercera economía del mundo son asiáticas, y el éxito de la economía china causa asombro y consternación entre los principales comentaristas económicos.

En los años noventa, este desarrollo económico generó un sentimiento de euforia entre muchos observadores que veían a toda la costa del Pacífico unida mediante redes comerciales en constante expansión y a una nueva economía mundial cuyo núcleo dinámico se trasladaba desde el Atlántico hacia el Pacífico. Aquella fue la época en que los expertos en administración de todas las fábricas del mundo decidieron emular las técnicas de gestión japonesa y a criticar fuertemente las americanas. Con tal devoción asumieron los peruanos estas nuevas pautas orientales, que, para inaugurar la última década del siglo veinte, decidieron conceder la gestión del país al entonces desconocido Fujimori, anhelando que el país lograse finalmente salir del subdesarrollo y creciera, como los japoneses, al estilo nipón. Sin embargo, en 1997, la crisis asiática demostró cuán frágiles habían sido estas esperanzas. Los observadores, ante este desencanto, intentaron encontrar las causas del colapso de la otrora maravilla oriental. No tardaron los expertos en identificar que, principalmente, se debió a un conjunto de factores, tales como el subdesarrollo y la poca transparencia de las instituciones financieras, la asignación ineficiente de recursos resultante de las políticas industriales aplicadas, y el obsesivo “ethos” colectivista de la civilización asiática que le impedía emular propiamente a las sabias instituciones occidentales. No obstante estas críticas, la fortaleza económica de Asia era mayor de lo que a primera vista se creyó. En efecto, el continente inició, a partir de 1997, un sólido proceso de reestructuración, guiado por dos características básicas. En primer lugar, si bien anteriormente la mayor parte del comercio de la región estaba dirigida hacia afuera del continente, luego de la crisis, cambió de dirección y comenzó a concentrarse al interior de la misma, con lo cual disminuyó la dependencia respecto de la economía americana. En segundo lugar, el papel de economía dominante, antes desempeñado por Japón, se trasladó, pasada la crisis, hacia China continental, país de proporciones gigantescas -a diferencia del primero-, que cuenta con los potenciales humano y económico suficientes como para oponerse, en el largo plazo, a la potencia dominante. En efecto, el crecimiento de la economía china durante los últimos años ha sido sorprendente, y ha concentrado los principales flujos de inversión extranjera en el mundo.

El sobrio y frío análisis del World Economic Outlook 2004, publicado por el Fondo Monetario Internacional, concluye la información transcrita a continuación:

“En los últimos veinte años, después de un largo período de aislamiento, el rol de China en la economía global se ha incrementado drásticamente. Actualmente, una tasa de crecimiento promedio anual mayor al nueve por ciento sitúa a China como la sexta economía más grande del mundo. Por otro lado, el incremento de su participación en el comercio mundial desde menos del uno por ciento hasta cerca del seis por ciento la ubica en el cuarto lugar en el ranking de los países con mayor comercio en el nivel mundial. No solo sus exportaciones han ganado una mayor porción de los mercados internacionales, sino que también la rápida tasa de crecimiento de sus importaciones ha apoyado el fuerte desempeño de las economías vecinas y ha contribuido al reciente dinamismo de los precios mundiales de las materias primas.

Es probable que la importancia económica de China y su integración en la economía mundial continúen creciendo con rapidez, siempre y cuando las reformas estructurales necesarias –inclusión de los sectores financieros y empresariales, mercados laborales, y redes de seguridad social- sean implementadas. Si bien es probable que los efectos sobre el mundo en general sean positivos, el impacto podría ocurrir de manera diferenciada sobre los diferentes países, sectores industriales, y grupos socioeconómicos. Por ejemplo, mientras que las exportaciones de países industrializados, particularmente las de aquellos bienes que son intensivos en mano de obra calificada y tecnología, continuarían aumentando, ciertos sectores podrían experimentar pérdidas de empleo a medida que se incrementa la cuota de mercado de las empresas chinas. De modo similar, los países en desarrollo que enfrentan la expansión de las competencia podrían experimentar una erosión es su participación en el mercado de manufacturas intensivas en mano de obra calificada. Además, el rápido crecimiento de China podría incrementar significativamente los precios mundiales de la producción agrícola y los productos energéticos.

Resulta importante identificar quién se verá beneficiado y sobre quién recaerán los costos de la emergencia china, con el fin de discutir qué políticas deberán adoptarse para maximizar los beneficios y minimizar los costos de ajuste. Para ello, es relevante plantearse las siguientes interrogantes

- ¿Cómo se comparan el crecimiento y la integración de China a la economía mundial con episodios históricos previos de carácter semejante?

- ¿Cómo afectará la integración de China al resto del mundo? ¿Qué características estructurales determinan que un país se beneficie o perjudique con el crecimiento de China?

- ¿Cómo puede cada país maximizar sus propias ganancias de la expansión china? ¿Qué acciones podría emprender la comunidad internacional para ayudar a los perjudicados?”

El rápido crecimiento de China afectará a todos los países del mundo a través de dos canales: comerciales y financieros. En efecto, el incremento en la oferta china de manufacturas intensivas en mano de obra producirá una reducción de su precio relativo en los mercados mundiales, en beneficio de aquellos países que son importadores netos de los mismos. Además, el crecimiento en China permitirá a aquellos países que exportan bienes y servicios complementarios, tales como alimentos, energía, bienes intermedios y servicios, verán sus precios incrementados. Sin embargo, la expansión puede perjudicar a todos aquellos países en vías de desarrollo que, al igual que China, poseen una oferta relativamente abundante de trabajo no calificado, pues tendrán que competir con ella en mercados que experimentarán una coyuntura de precios bajos. Asimismo, todos aquellos países que importan las mismas materias primas de las que requiere China pueden también experimentar pérdidas significativas. Por estos motivos, los cambios descritos en los precios relativos pueden tener un profundo impacto sobre la composición de la producción y la distribución del ingreso en muchos países, ya que es probable que ocurra un fuerte incremento en las tasas de retorno del capital y del trabajo calificado, así como una disminución en las remuneraciones percibidas por el trabajo no calificado. Así, estas tendencias pueden sugerir que estrategias de desarrollo basadas en la exportación de bienes intensivos en mano de obra quizás dejen de ser una alternativa óptima en la integración a la nueva economía mundial.

Por otro lado, la emergencia de China puede también afectar a otros países a través de canales financieros. En efecto, algunos países en vías de desarrollo tendrán que competir en el futuro con China para atraer a los flujos internacionales de capitales, y, quizás, experimentar una reducción de los mismos. Sin embargo, la magnitud de los flujos futuros hacia y desde China es bastante difícil de predecir. Por un lado, la participación de este país en los mismos puede continuar incrementándose, pero cuando las tasas de formación de capital chinas retornen a un nivel normal, esta podría disminuir. Además, las empresas chinas naturalmente tenderán a expandir su portafolio y efectuarán inversiones directas afuera. La rapidez y fuerza de estos efectos dependerá de la forma precisa de la estrategia de las autoridades chinas para avanzar en el proceso de liberalización de su cuenta de capitales. Por otro lado, la emergencia de China podría tener efectos adicionales que, aunque no fácilmente cuantificables, pueden llegar a cobrar importancia. De este modo, el crecimiento chino afectará los incentivos a la inversión y las tasas de productividad en varios países, reforzando así su impacto directo. Además, el incremento en la participación porcentual de China en la economía mundial y la escasa correlación que muestra esta con otras economías industriales del mundo pueden ayudar a amortiguar las frecuentes ondas cíclicas que afectan a la economía del planeta.

3

La economía de los Estados Unidos experimentó, durante toda la década de los noventa, una notable expansión. Fueron tres los factores que posibilitaron este proceso: en primer lugar, la brillante política monetaria ejecutada por Alan Greenspan; en segundo, la expansión del Internet y el dinamismo de las industrias de alta tecnología; y, por último, el boom financiero generado por la globalización y los cambios en la tecnología financiera. En efecto, el dinamismo económico impulsó el empleo y los salarios reales; el boom financiero posibilitó un incremento en la riqueza y el patrimonio personal de la mayor parte de las familias norteamericanas; la aparición continua de nuevos artículos de consumo y la difusión masiva del Internet facilitó la mejora en la calidad de vida.

A finales del siglo XX, los Estados Unidos proclamaron en viva voz su victoria militar sobre Rusia y el comunismo. Sin embargo, pocos fueron aquellos que supieron leer entre líneas que, además, había logrado también imponerse sobre las naciones capitalistas que amenazaban su predominio económico: Japón y Alemania. Las élites se sintieron, finalmente, triunfadoras y, repitiendo el ejemplo de otros intelectuales de imperios ya desaparecidos, proclamaron el Fin de la Historia. Acompañó, por esta razón, a la prosperidad, una intensa campaña ideológica cuyo objetivo fundamental fue difundir a todos los pueblos del mundo las virtudes de la sociedad abierta y la libre competencia: un nuevo orden mundial basado en estos principios, un programa concreto de acción, y una ejecución efectiva en la mayor parte de las regiones del Mundo.

No obstante, la Historia, como descubrieron atónitos y estupefactos los habitantes de Nueva York, no terminó. En realidad, siguió siempre su curso acostumbrado y, lentamente, fue alumbrado nuevas posibilidades e insinuando, a pesar del vano afán de los intelectuales americanos, inescrutables caminos. Gradualmente, en distintas regiones del Mundo y el mismo Estados Unidos, aparecieron contradicciones evidentes: guerras de pequeña intensidad, epidemias sin control, conflictos tribales, quiebras, crisis económicas, y síntomas evidentes de anomia social.

Un temprano reflejo de la fuerza de la historia fue el fin de la prosperidad económica del Japón. La economía más exitosa del planeta, la misma que creció por 30 años jamás interrumpidos a ritmos que fueron la envidia del Mundo Industrial, sufrió, a inicios de la década de los 90, una catástrofe financiera al derrumbarse el índice Nikkei, y , con él, todo el sistema financiero del Japón. Desde entonces, Japón entró a un estado de parálisis que todavía no logra superar. Sus millonarios, por supuesto, han dejado de aparecer en los listados que todos los años confeccionan las revistas de negocios editadas por las Casas Editoriales de los Estados Unidos, y han sido sustituidos con alivio y beneplácito por nuevas fortunas ligadas a los sectores que conforman la Nueva Economía; es decir, industrias ligadas a la informática, el Internet y el procesamiento de la información. El segundo evento ocurrió cuando Méjico, el socio predilecto de los Estados Unidos y la primera nación latinoamericana admitida al su exclusivo Club Comercial, descubrió que, a pesar de todos sus esfuerzos, todavía era parte del Extremo Occidente (léase América Latina). Los campesinos de Chiapas habían decido que el proyecto globalizador americano y el discurso de su clase dirigente, después de todo, sólo los empobrecía y, por esta razón, sólo quedaba protestar. A los pocos meses, estalló la segunda crisis mejicana, y con ella la secuencia usual de eventos: la devaluación del peso, la recesión, y el paquete financiero salvador. La ocasión fue aprovechada por muchos profesores norteamericanos para escribir profundos y meditados ensayos sobre la influencia de la cultura en el desarrollo económico, y programar conferencias en las principales capitales de América Latina para exponer nuevamente los principios fundamentales de la sociedad abierta y de libre competencia.

Tres años después de la crisis mejicana, se desató en el Extremo Oriente, la región de mayor éxito económico en el mundo, una nueva crisis financiera que, dada su magnitud, remeció la estructura fundamental del Nuevo Orden Internacional. Tailandia, en un inicio, se vio forzada a devaluar su moneda, y luego, en rápida sucesión, todas las nuevas economías emergentes. Después de Asia siguió Rusia, y, finalmente, América Latina. Con la crisis asiática, terminó la prosperidad de los nuevos mercados emergentes, y el Nuevo Orden mostró con diáfana claridad sus problemas más importantes. Sin embargo, la crisis no fue advertida por las Instituciones Multilaterales como el Fondo Monetario Internacional o el Banco Mundial. Tampoco fue pronosticada por los numerosos analistas económicos contratados por los principales centros de investigación. Se discutió, por pocos meses, la coyuntura financiera y, finalmente, se diseñaron y ejecutaron planes para combatir los principales efectos de la misma. Como consecuencia, se fue introducido el concepto de fragilidad financiera y se postuló la conexión esencial de todo el sistema económico mundial. La discusión reveló después el grado de corrupción de los dirigentes asiáticos y los principales problemas estructurales de las economías del Extremo Oriente. Aunque los asiáticos han demostrado una mayor capacidad que los latinoamericanos para asimilar los principios de la sociedad abierta y de libre competencia, no han comprendido plenamente – según la opinión de los principales intelectuales de la cultura occidental - sus principios, y han cometido, guiados acaso por su excesiva vocación colectivista, errores fáciles de solucionar y remediar. Un programa de reforma estructural fue propuesto, entonces, con el objeto de consolidar y mantener el éxito económico de estas sociedades.

Aunque la economía de los Estados Unidos asimiló con relativa facilidad las consecuencias iniciales de la nueva crisis financiera, poco tiempo después entro también en crisis cuando se produjo, finalmente, el derrumbe del índice NASDAQ, que marca la cotización de las acciones tecnológicas, y con ello la paralización de la inversión en el núcleo más dinámico de la economía americana. Después de la caída del NASDAQ, se detuvo la tasa de expansión del Comercio Electrónico, se interrumpieron las innovaciones en la industria de las comunicaciones y de computadoras, se comprobaron las debilidades de las nuevas empresas virtuales y, como consecuencia, se produjo una caída abrupta en la tasa de formación de capital de los Estados Unidos. Nuevamente aparecieron los despedidos, las quiebras y los problemas financieros. El ritmo de crecimiento se redujo notablemente, y las regiones más integradas al corazón económico de la potencia experimentaron retrocesos verdaderamente espectaculares. La nación isla de Singapur, por ejemplo, sufrió reducciones del 30 por ciento en sus importaciones y del 15 por ciento en los índices económicos que miden el dinamismo de la actividad industrial. Taiwán, otra nación asiática, estrechamente ligada al núcleo tecnológico de la economía mundial, ha experimentado índices similares de contracción económica. En agosto, un mes antes del atentado en Nueva York, la actividad industrial en el mundo se encontraba prácticamente paralizada: las economías de las naciones más avanzadas del planeta caían nuevamente en recesión. Es en este contexto económico que se produce el atentado de Nueva York, que no hizo sino proporcionar el golpe definitivo a todo el modelo de los años 90.

En suma, la nueva coyuntura denunció los problemas de la Nueva Economía: su naturaleza frágil y volátil; y, sobre todo, demostró con claridad a qué se refería Alan Greenspan cuando aludió a la “irracional exuberancia” de los años noventa. En efecto, la euforia de los dorados años noventa engendró muchas veces programas de inversión en sectores y activos de calidad bastante dudosa, una excesiva confianza en los activos intangibles, y la aparición de prácticas contables y financieras muy poco transparentes que derivaron en escándalos financieros que pusieron en cuestión la credibilidad de las principales instituciones y empresas de los Estados Unidos.

Para responder a las urgencias de esta coyuntura, el gobierno de George Bush decidió recurrir a una receta bastante conocida: expandir el gasto militar, reducir los impuestos pagados por las grandes corporaciones americanas, y ejecutar una política monetaria expansiva, que ha producido las tasas de interés más bajas de los últimos cincuenta años. Por el momento, el programa parece funcionar, pues ha vuelto a iniciarse una nueva onda de expansión económica: la economía americana ha vuelto a crecer a ritmos bastante altos, seguida por la región asiática, liderada por China, y, finalmente, también lo ha hecho Europa, aunque a un ritmo bastante menor.

La nueva política, empero, no parece poseer la solidez y fortaleza de las políticas de los ochenta, ya que ha determinado la aparición de importantes desequilibrios en el presupuesto americano y en las cuentas externas de la mayor economía del mundo. En efecto, el déficit fiscal americano ya excede a los cinco puntos porcentuales del producto; la razón deuda externa – PBI llega ya al cincuenta por ciento del ingreso nacional; y la cuenta corriente continúa con su proceso de deterioro. Ante tal evidencia, a los inversionistas más prudentes no les queda otra opción que pronosticar una expansión bastante transitoria, y la necesidad futura de solucionar los existentes desequilibrios. Quizás la oportunidad llegue después de las elecciones americanas, cuando se conozca, finalmente, quién será el futuro gobernante del país más poderoso de la Tierra.



[1] Fórmula ritual que invoca a los dioses del inframundo y solicita su permiso para revelar los misterios del mundo de las sombras. Equivalente en castellano de los versos a continuación:

¡Dioses que tenéis el imperio de las almas!

¡Sombras silenciosas!

¡Caos y Flegetonte! ¡Vastas moradas silenciosas de la noche!

Séame lícito narrar lo que he oído, séame dado revelar con vuestro permiso,

las cosas en las profundidades de la tierra y en la oscuridad.