Bruno Seminario
Profesor de la Universidad del Pacífico
En los últimos cuatro meses, las oficinas de Estadística de las principales economías del Mundo nos han permitido conocer cuál fue la marcha de la producción mundial. Una breve y superficial revisión de la nueva información demuestra cuán vigoroso y rápido ha sido el proceso de recuperación. Por ejemplo, la producción industrial de Estados Unidos, en el mes del mes de Abril, del presente año, registró un crecimiento anualizado de 5,2 por ciento; en Asia, los resultados son aún más espectaculares y para ilustrar los mismos podríamos señalar que la tasa crecimiento anualizada de la producción industrial de Japón , Corea del Sur, y, China, en el mismo mes , fue 25,9, 19,9 y 17,8 por ciento , respectivamente; incluso en Europa, la nueva información revela un desarrollo similar: el crecimiento de abril de la producción industrial de Alemania fue de 13, 2 por ciento y de toda la Zona del Euro de 9.5 por ciento.
Pero, esta coyuntura tan esplendorosa, ¿debe llevarnos a pensar que terminó la primera gran crisis del siglo XXI? ¿Viene después del colapso financiero y el derrumbe del mercado, un nuevo período de expansión mundial que exprese con mayor claridad el nuevo papel de China, la India, Rusia y Brasil en la economía Mundial? Aunque no podemos desechar con absoluta certidumbre, este vaticinio tan optimista, podríamos cometer un grave error de juicio, si aceptáramos este pronóstico, sin analizar, los nuevos y peligrosos desarrollos que se han registrado en Europa, a partir de mayo, pues estos sugieren el inicio de una nueva fase del proceso.
Podemos, en primer lugar, que las espectaculares tasas de crecimiento que registra la producción industrial en todo el mundo, son una mera reflexión estadística de la intensidad de la recesión. Así, las economías que experimentaron el año pasado los descensos más abruptos, son aquellas, en los primeros cuatro meses del 2010, que muestran los aumentos más notorios. Tampoco estos resultados incorporan el impacto de los nuevos desarrollos, pues éstos sólo han de expresarse, con claridad, a partir de mayo. En efecto, si algo expresa esta rápida y contundente recuperación, es la efectividad de las políticas de estímulo keynesianas. A pesar de este éxito, aún no han aparecido en el mundo, un nuevo conjunto de industrias, capaces de reemplazar a las mismas, en la generación de la demanda agregada. Hubo el año pasado, algunas innovaciones tecnológicas que pueden estimular la inversión privada y así ofrecer un mecanismo de crecimiento que sea independiente del Estado. Sin embargo, su alcance parece muy limitado: televisión digital de alta resolución, nuevos teléfonos y modelos de computadoras, lectores de libros electrónicos, etc. Pero, nadie prevé para el futuro inmediato una nueva revolución tecnológica de la misma extensión como la que ocurrió en los 1980s.
Sin ella, el dinamismo de la demanda interna, depende en lo fundamental de la política fiscal y monetaria, y, de las medidas de estímulo al comercio exterior. Como el segundo factor, se limita a redistribuir el dinamismo de un país a otro, sin afectar la demanda mundial, el único factor relevante para el mundo como un todo sería la política económica, la frágil y nerviosa psicología de los inversionistas financieros y la coordinación internacional de las políticas económicas.
El gran problema es que la política económica actual es claramente insostenible y decidida por las autoridades de los distintos países sin considerar el efecto probable de la misma sobre otras economías o el mundo como un todo. Ello es así porque la globalización económica ha avanzado a un ritmo más rápido que la política, la disminución de la importancia de las Instituciones Internacionales, como el Fondo Monetario Internacional o el Banco Mundial, y, la ineficacia de la actual arquitectura financiera internacional. En estas circunstancias, la ausencia de coordinación de las políticas económicas nacionales, puede generar con facilidad una nueva recesión.
En Europa, la recesión ha provocado una transformación política gradual de la Unión Europea, es decir, la sustitución de gobiernos socialdemócratas por gobiernos conservadores. En Estados Unidos, hubo un cambio en la dirección opuesta.
Como la ideología conservadora no tiene simpatía alguna con la expansión del Estado o la política keynesiana, estos nuevos gobiernos han anunciado que retirarán las medidas de estímulo fiscal, pues temen que la expansión del gasto público pueda generar un aumento en la tasa de inflación.
El gran problema es que una política de esta naturaleza, en un sistema de tipo de cambio flexible, tiende a provocar una apreciación del dólar respecto al euro, un aumento de las exportaciones de toda la zona del euro y un disminución de sus importaciones. Podemos comprender el impacto de estas políticas, con ayuda de la figura adjunta. En ella, hemos dividido el mundo en tres zonas: Estados Unidos, la Zona del Euro, y, China. En azul, pueden leerse las exportaciones de cada región hacia las otras zonas , y, en rojo sus importaciones. El valor que corresponde al año actual se representa en el color correspondiente, y, sin color el que corresponde al 2009. En particular, China mantiene un superávit con Estados Unidos y la Zona Europea, pero la Eurozona un superávit comercial con los Estados Unidos. Sin duda, la apreciación del euro y la desigualdad en las tasas de crecimiento entre ambas regiones, puede aumentar el valor de este superávit. En un artículo reciente publicado en el Financial Times, Fred Bergsten, estima que el superávit comercial de la Zona del Euro, mantiene con Estado Unidos, podría alcanzar 300 billones de dólares, y, así duplicar el valor que tuvo el déficit estadounidense en el 2006.
Es obvio que esta amenaza puede provocar una respuesta por parte de Estados Unidos que tenga como objeto contener los efectos económicos y financieros de este nuevo desarrollo. Aunque no conocemos aún cuál será la respuesta del gobierno estadounidense, no sería sorprendente que haya una guerra comercial entre Estados Unidos, China y la Zona del Euro. En efecto, el gobierno de Obama no parece estar dispuesto a tolerar la política mercantilista de los gobiernos asiáticos y los nuevos gobiernos europeos.