Cuando a mediados de los años de los 1980s un representante de la banca le preguntó a Alan García si pensaba nacionalizar la banca y éste contestó que no y luego a los pocos años hizo lo contrario de lo que había prometido, jamás éste imaginó las enormes consecuencias de esta directa y simple respuesta. No debe creer el lector que con esta afirmación intentó enjuiciar las consecuencias económicas del fallido intento de nacionalización , pues éstas ya fueron en la práctica demostradas y al parecer superadas por nuestra economía; posee mi interés otra dirección y éste tiene que ver con las consecuencias que tuvo sobre la política nacional. Fue, pienso, el origen último de esa curiosa actitud mental que podemos denominar la “Doctrina de la Sospecha Sistemática ¨. Pero, aunque Alan García introdujo en el Perú este meme –virus cultural-, no se hubiera éste propagado ni extendido en nuestra sociedad. Sin embargo, el sagaz intelecto del Ingeniero Alberto Fujimori pudo comprender y usar a su favor el enorme potencial de la nueva enfermedad. Fue, en efecto, Alberto Fujimori , el primero en entender que nuestro sistema política no poseía , en realidad, ninguna protección contra los políticos que prometen una cosa en sus programas de gobierno y ejecutan otra, al obtener el beneficio del poder. Con ello, se consolidó en el Perú, una nueva cultura política , basada no en la confianza sino en este singular principio de “sospecha sistemática. Tuvo imitadores, los ¨Congresistas Tránsfugas¨, que no tenían reparo alguno , después de ser elegidos, en apoyar proyectos que contradecían la ideología del partido que los llevo al congreso. Y, otras consecuencias, que no considero necesario enumerar.
Las nuevas reglas del juego político que Fujimori estableció parece haber tenido consecuencias devastadoras sobre conciencia de los electores y sobre la calidad de las distintas propuestas programáticas. Ello es así porque los que eligen , según las nuevas reglas, no pueden usar como orientación los planes de gobierno ni creer en sus declaraciones de los políticos profesionales sino en juicios sobre su probable comportamiento futuro. Al no tener ninguna garantía que el candidato va ,en efecto, hacer lo que dice su programa, le resulta más sensato, basar su decisión electoral en otros procedimientos . El problema es que estos juicios ,con facilidad, se transforman en delirio, es decir, en desenfrenados pero vanos ejercicios de nuestra poderosa imaginación. Con ello, desaparece la base racional de la política y ésta muta en un juego de manipulación de emociones, miedos instintivos, o negros resentimientos.
También posee la sospecha sistemática un efecto negativo sobre la calidad de los proyectos de gobierno, pues desaperece todo incentivo para generar un plan consistente de gobierno. ¿ Por qué invertir tiempo y recursos económicos en un documento que nadie va a leer , preparado sólo para cumplir con los requisitos formales del Jurado Nacional de Elecciones si éste no desempeña ningún papel en el resultado electoral? Al parecer,Adolfo Hitler, que vivió en un contexto similar y que basó su políticas en un juego similar- no estoy diciendo con esto que alguno de los candidatos intenté emularlo- sabía que cuando la cultura política se basa en estos principios las propuestas programáticas carecen de importancia. Por esta razón, el programa de partido nacional socialista jamás cambiaba y sólo contenía un conjunto de ideas susceptibles de cualquier interpretación.
Hago notar que las democracias no pueden funcionar cuando nadie cree en nadie porque la confianza es un componente esencial de la representación. Pueden hacerlo las dictaduras: su funcionamiento se inspira en el terror .
Por está razón, puede ser indispensable, para la salud nuestro sistema político, introducir algún mecanismo que extirpe la peligrosa enfermedad de la sospecha . Al parecer,los regímenes presidencialistas, son más susceptibles que las democracias parlamentarias al tipo de debilidades que descubrió y usó en su provecho el Ingeniero Fujimori . Su estilo de hacer política sería, en efecto, improbable aunque no imposible en una democracia parlamentaria, porque sólo ocuparía el cargo de primer ministro y los miembros de su partido podrían retirarle la confianza si pone en la práctica un programa que no es el suyo. Otra ventaja del parlamentarismo, como lo señala el especialista en ciencia política Maxwell Cameron, es generar fuertes incentivos para concertar mientras que los presidencialistas parecen exacerbarlos. Finalmente, el parlamentarismo puede poseer mayor eficacia para impedir que movimientos independientes y poco experimentados en las artes de gobierno capturen el poder.
Le demostraré, al lector , la próxima semana cuán simple puede ser una elección si eliminamos la enfermedad de la ¨sospecha sistemática¨, cuando compare y espero demuestre la gran similitud que existe entre las ideas macroeconómicas de Ollanta Humala y las de Lourdes Flores. Si estuviéramos seguros que los políticos van a cumplir o al menos intentar cumplir lo que señalan sus planes de gobierno podríamos elegir entre ellos guiados por la razón y no por nuestras intuiciones, miedos o prejuicios instintivos.