Dicen los estudiosos de internet que la nueva tecnología no atrae por igual a todos los habitantes de este novedoso y confuso mundo global. Hay individuos que no se sienten a gusto en el universo virtual: propensos a la claridad y a los resultados bien definidos, desarrollan con rapidez una clara animadversión, que los conduce a una práctica que busca un objetivo específico, como leer el periódico, pagar los recibos de servicios públicos, comprar en el supermercado, o comunicarse con sus conocidos –intentando evitar el oneroso costo del monopolio telefónico. Para otros, sin embargo, hay un secreto placer en el desorden y caos de la red, que puede aprovecharse para eliminar la fragmentación que impulsó el espíritu de la Ilustración. Inquietos, nacidos para explorar y seguir rastros, no reparan en dedicar varias horas de la noche a la nueva práctica de la exploración y perfeccionamiento de este nuevo juguete del espíritu humano. ¡Qué extraño placer hiere el corazón cuando, empujados por la fuerza de las circunstancias, encontramos perdido entre la maraña de servidores uno que contiene, justo en el margen izquierdo, un escurridizo enlace, escrito con pequeñas letras azules y una fuente bastante peculiar, que, al ser oprimido, revela recién transcrita la más distinguida reflexión!
Así podría el distinguido lector de esta breve nota, en una noche fría y húmeda, encontrar el comentario de un especulador profesional, un especialista en el comercio de “commodities”, casual habitante de New Orleans, esa bella ciudad americana, tan poco visitada por los turistas de América Latina, a pesar de su relativa cercanía a Miami y los centros de diversión que Walt Disney ha construido en la Florida. Incluso una lectura rápida sería suficiente para disfrutar del entusiasmo desatado en todo el mundo por la expansión de los países del sudeste asiático y de la economía de China, en particular. Picado por la curiosidad, en sus reveladores apuntes, podría usted encontrar estadística altamente sugerente. Un gráfico, en especial, cautivaría la atención, pues, en forma transparente, pone en limpio un punto fundamental para el desarrollo de todos los países que, como el Perú, participan en la economía mundial como exportadores de algún productor natural, como el petróleo, la soya o la harina de pescado. Muestra, el diagrama, el índice de precios al consumidor de EEUU desagregado en dos componentes: el precio de los bienes y el precio de los servicios. Examinando la data ahí representada, sería fácil comprobar cuán diferente ha sido, en estos últimos años, la evolución de estos dos componentes del índice de precios. Mientras, los servicios exhiben un incremento más o menos persistente, el precio de los bienes (manufacturas, en lo fundamental) una clara tendencia hacia la disminución. ¿No es evidente la sugerencia? En cierto sentido, este especulador nos dice que el precio de las manufacturas está, en efecto, disminuyendo en USA y probablemente en el mercado internacional.
Acostumbrados mucho a Prebish y su tesis sobre la disminución secular de los precios de las materias primas, quizás, no nos hemos dado cuenta de que una tendencia similar afectará el precio de las manufacturas en los años por venir. El mismo proceso que convertirá a China y la India en unas naciones industriales cambiará en la misma forma la estructura de los precios en el mundo. Me pregunto si este fenómeno no cuestiona todas nuestras preconcebidas ideas acerca del desarrollo económico. ¿Por qué insistir en una estrategia que nos llevaría a producir artículos sujetos a una disminución constante en sus precios? Producir servicios y exportar servicios podría, en el futuro, ser una mejor idea, pero para lograrlo es indispensable un cambio radical en la forma cómo acostumbramos analizar las cosas.